viernes, 7 de abril de 2017



¿CONOCES A MIGUEL?
 Ángela Becerra Camargo
Lic. Español-Inglés
Miguel era un niño como cualquier otro, que estudiaba en un colegio como cualquier otro, el era muy inteligente pero tenía serios problemas disciplinares. A Miguel no le gustaba estudiar, no le gustaban las clases, las evaluaciones y mucho menos las tareas, nunca tomaba apuntes, sus cuadernos siempre estaban atrasados y prefería dedicar su tiempo a hablar en clase, ofender a sus compañeros y si se dejaban, también pegarles.
Solo había tres cosas que le gustaban del colegio: el recreo, porque podía jugar balón aunque con él ya había roto varios vidrios, el refrigerio porque era rico y con las ciruelas que no le gustaban podía pegarle a sus compañeros y sobretodo y lo más importante: porque era mejor estar en el colegio que en la casa.
La situación en su casa no era la mejor, Miguel no conoció a su papá y su mamá tenía que trabajar lavando ropa ajena para mantenerlos a él y sus otros cuatro hermanitos, ella aunque los quería mucho, llegaba muy cansada y de mal humor y muchas veces lo castigaba por las quejas del colegio o las travesuras de sus hermanitos menores.
Los profesores conocían la situación de Miguel y justificaban su indisciplina por su situación familiar, sin embargo, por más que se hablara con él, su comportamiento no parecía mejorar. Pronto una profesora quien era consciente de las capacidades e inteligencia de Miguel propuso: “¿Y si ponemos a Miguel a leer? Les preguntó a sus compañeros, pero nadie apoyó su idea.
Entonces la profesora Dulcinea le prestó a Miguel un libro de caballeros con armadura, dragones, castillos y espadas, que para sorpresa de muchos le gustó al niño. Miguel era feliz leyendo esas historias increíbles e imaginándose  siendo él el héroe del cuento, cada vez que terminaba un cuento le pedía a la profesora Dulcinea más y más libros. Estaba tan ocupado leyendo e imaginando cosas que su comportamiento cambió, empezó a usar un vocabulario más apropiado, ya no era tan agresivo con sus compañeros y prestaba más atención a las clases, sobre todo las que le daban información sobre países lejanos.
Pero un día a la profe Dulcinea se le acabaron los libros, los otros profesores pensaron que hasta ahí llegaría el cambio positivo de Miguel, pero Dulcinea tenía mucha fe en él y en lugar de un libro le dio un cuaderno y un lápiz y le dijo: “Ahora es tu turno de crear tu propia historia”. Miguel al principio no entendió, se puso de muy mal genio y cuando llegó a su casa botó el cuaderno lejos, ¿Cómo se le ocurría a la profe que él podía escribir un cuento?
Después de varios días pensando, decidió llenarse de valor y empezar a escribir, al inicio fue difícil, se equivocó muchas veces, borraba, tachaba, arrancaba hojas, pero después de tanto intentar descubrió que era divertido, podía crear sus propios personajes, lugares, héroes, villanos, batallas e incluso seres maravillosos, y todo lo que necesitaba era su imaginación.
Los años pasaron y Miguel continúo escribiendo en su cuaderno y aunque no le mostraba a nadie sus escritos, mejoró muchísimo tanto en su comportamiento como académicamente porque ahora expresaba y redactaba mejor sus ideas, tenía una bonita letra y hasta buena ortografía, finalmente terminó su colegio siendo un buen estudiante.
A los 20 años Miguel se enlistó en el ejército porque quería ser militar y luego de participar en una batalla, desafortunadamente perdió una de sus manos, la izquierda, que casualmente era con la que solía pegarle a sus compañeros en el colegio, lamentablemente después del accidente no pudo seguir la carrera militar.
Muy decepcionado con su mala suerte Miguel se deprimió y el único refugio que encontró fueron sus cuadernos viejos que lo acompañaban siempre, le leyó algunas de sus historias a un amigo quien lo convenció de publicarlas. Primero en un diario y luego se volvieron un libro completo tan famoso que sería leído por varias generaciones.
Siendo famoso volvió a su antigua escuela para agradecerle a la profe Dulcinea la fe que había tenido en él, pero ella había muerto hacía varios años, Miguel no tuvo otro remedio que salir de allí con los personajes de su historia que siempre lo acompañaban: un caballero de triste figura y otro bajito con una gran panza, deseando que la profesora Dulcinea se sintiera orgullosa de él donde quiera que estuviera, incluso en algún lugar de la Mancha de cuyo nombre Miguel no quiere acordarse.